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TIEMPO RECOBRADO|PEDRO G. CUARTANGO

Shakespeare & Company

TODOS HEMOS conocido un buen samaritano dispuesto a echarnos una mano en los momentos difíciles. Ese tipo de persona era George Whitman, el propietario de la librería más fantástica del mundo: la Shakespeare & Company, situada en el número 37 de la rue de la Bûcherie, en el Barrio Latino, en frente de Nôtre Dame.

Whitman, que ha cumplido 94 años, abrió la librería en 1951 bajo el nombre Le Mistral. Poco después, el establecimiento pasó a llamarse Shakespeare & Company, en homenaje a la antigua librería fundada por Sylvia Beach con el mismo nombre, cerrada por los nazis.

El local de Whitman, que sigue atendido por su hija, conserva hoy el mismo aspecto que hace 35 años cuando vagando por la rivera del Sena descubrí una extraña librería, especializada en literatura anglosajona. Encima de la puerta había un retrato de Shakespeare y en su interior se apilaban los libros sin ningún orden aparente.Las estanterías estaban atiborradas y, en el centro, había una gran mesa con cientos de ejemplares revueltos.

La primera vez que entré, un hombre alto, de ojos azules y pelo claro, descuidadamente afeitado, me invitó a tomar un té y a sentarme a leer un rato. Me dijo que me podía quedar todo el tiempo que me apeteciera. Era George Whitman.

Volví una, diez y cien veces. El dueño de la librería me ofreció alojamiento en el primer piso, donde tenía una docena de camas para los tumbleweeds, que albergaba a cambio de unas horas de trabajo en el local.

No acepté su generosa oferta, pero seguimos siendo amigos.Hablábamos del tiempo, de la poesía inglesa, de las calles del Barrio Latino. Whitman me contó que conocía a Hemingway, Henry Miller, Ginsberg, Lawrence Durrell, Saroyan, Burroughs, Aragon y otros escritores que habían frecuentado su establecimiento en los años 50 y 60.

Hemingway ya era cliente de la librería de Sylvia Beach en la rue Odéon, cuando por allí pasaban en la década de los 20 talentos como James Joyce, Ezra Pound, Scott Fitzgerald y Gertrude Stein. Whitman -que decía que era nieto del gran poeta americano- relataba divertidas anécdotas de todos ellos. Dejo para otra ocasión contárselas a los lectores.

Para acceder al primer piso de la librería había una estrecha escalera con un dintel que ponía: «No seas poco hospitalario con los extraños, dejáles ser ángeles disfrazados». Tal vez Whitman era también un ángel y aquella librería, el paraíso.

Pedro G Cuartango

1955, Miranda de Ebro (Burgos)

Responsable de la sección de Opinión y editorialista de EL MUNDO

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